GRANDE CHAVELA!!!

Nadie cantó como Chavela el género de los meros machos. Quizás porque en el fondo ella era uno mas, utilizó a la ranchera como su dulce venganza contra la vida por cubrirle el alma con el pellejo equivocado. Lo cierto es que su canto, región brumosa entre la melodía y el llanto, hace que toda amargura sea una fiesta rara a lo que nos encanta estar invitados, dejándonos la sensación de que la soledad y la ternura pueden compartir a ratos la misma cama.

Cuando la escuchamos sentimos que con cada canción ella moría un poquito mas, y nos urge intoxicarnos de alcohol para que el pudor no impida que nuestros ojos escupan lagrimas gruesas de tequila reposado.

Su música hace que una casa, un auto, una oficina o hasta una ciudad  se conviertan repentinamente en una cantina, y que la vida sea por un momento una amable sucursal del purgatorio. José Alfredo Jiménez, a quien tanto cantó, fue un grande de la ranchera, pero proyectado por la áspera garganta de Chavela alcanzaba entonces la esfera de un gigante de la canción universal. Los discos de “La Vargas” son el soundtrack perfecto para los cuentos de Juan Rulfo. Los discos de Chavela, son el soundtrack perfecto para la vida de Chavela Vargas.

Frida Kahlo, Diego Rivera, Agustín Lara, Nicolás Guillen, entre muchos otros artistas, fueron testigos y a veces hasta cómplices de su vida excesiva,  se inspiraron con sus canciones y la quisieron mucho. Los amigos que sobrevivieron en su sus últimos años, le pedían permiso a las sirenas para poder visitarla en su apartada casa frente al mar, abrazar su desgastado cuerpo nonagenario, y posiblemente en un arrebato de ternura gritarle con la mirada lo que celebró Joaquín Sabina en una de sus más ilustres canciones: “quien supiera reír como llora Chavela”.

LOS INVIERNOS EN EL PLANETA KNAMUT

Ya le habían advertido mil veces a Mkurtunm Eliknamet, que los Knamutianos no deben estar metiendo sus narices en planetas donde tengan la exótica costumbre de enamorarse, mucho menos en La Tierra. Pero él, poco orgulloso de haber crecido en una galaxia de sentimientos gélidos, en donde los asuntos del corazón tienen igual relevancia a los asuntos del ano, no quería ahorrarse el permiso de estacionar su nave a escasos metros sobre la casa donde vivía la hermosa Cristina Díaz.

Antes de dar con ella había estado buscando amor en veintiséis planetas distintos sin ningún tipo de suerte; el nuestro era ya la última de sus apuestas. Pero en un vuelo de reconocimiento sobre las playas de Cumaná, con sus poderosas antenas pudo reconocer en una joven que tendía franelas, la sencillez de sus maneras, el catalogo de momentos que le inspiraban suspiros, el desbordado cariño por su gato malcriado, las dagas que abrieron sus desilusiones, el grosor y la consistencia de sus pechos, su repertorio de mañas incluyendo la de rascarse entre los dedos de los pies a escondidas, en fin, todo ese conjunto de cosas que alimentaban la Cristina-cultura y que finalmente hacían que su corazón extraterrestre, poco más grande que un limón, latiera por ella con la potencia del de un búfalo taquicárdico.

Su jornada comenzaba puntualmente a las ocho de la noche, hora exacta en que podía ver por el pequeño ángulo de una ventana como el breve chorro que escupía un grifo corría por todo el cuerpo de la joven. Fueron muchas las noches de fanática observación. En ellas encontró inspiración suficiente  para escribirle sentidos versos de amor, no digamos que buenos, pero si sentidos. Antes de que la luz de la mañana lo sorprendiera, no le quedaba otra que huir de la órbita terrestre cruzando el espacio sideral entre suspiro y suspiro.

Pasados varios meses, ante el pavor de desafiar el orden del universo, Mkurtunm estaba casi decidido a abandonar el proyecto, a serle infiel a su impulso y someterse al aburrido proceso de selección antinatural de su planeta. Pero la resolución ante la duda vino dada por un accidente: la interplanetaria nave, en la tradición de cualquier Chevrolet que ha sido sometido a una cantidad inescrupulosa de millas, sufrió un cortocircuito mientras hacia su rutina de observación, resultando en la precipitación del alienígena contra el patio trasero de la casa de Cristina, creando un estruendo que del susto obligó a la joven a abandonar el baño. Mkurtunm estaba en problemas. Sabía que debía actuar rápido y tener en cuenta que si bien conocía nuestra lengua, jamás había practicado la forma de reproducirla con su traquea multiforme y sus cuerdas vocales tritonales. Pero no había tiempo para pensar en eso. Cerró sus ojos inmensos, agitó sus antenas y en cuestión de segundos adoptó el fenotipo de un humano, con la salvedad de que le fue imposible disimular rasgos tan alienígenas como la baba que tapizaba su piel verdosa y las escamas que se asomaban por los laterales del cuello.

Cristina miró asombrada el paisaje en llamas, el chatarrero retorcido, la mata de coco derribada, y aun sin entender, bajo una bruma rojiza vio como un diminuto sujeto se le acercaba. Su presencia ofrecía una ternura tan atrayente que no parecía de este mundo, corrijo, ciertamente no era de este mundo. Ya estando muy cerca, Cristina entró en pánico y disparó un grito que su boca apenas alcanzó a proyectar porque Mkurtunm lo lapidó con una poderosa señal emitida desde sus ojos. Confundido, muy asustado, no tuvo mas remedio que inmediatamente hipnotizarla.

Esa misma noche sin tener remota idea por qué, Cristina acostó a el extraterrestre sobre la grama del patio para dedicarse afanosamente a sobarle las antenas. Pero en el planeta Knamut los machos responden rápido a estímulos muy básicos. Así que sin mucho preámbulo el enamorado alienígena le estampó un beso con sus tres extensas lenguas, logrando así que las hormonas de Cristina volaran tan alto como nunca lo habían hecho en su vida, para algunos minutos y caricias mas tarde encontrarse dando piruetas por el patio, bajo el mar, entre las nubes, en una contienda sexual insospechada por el Kama Sutra. El baboso sujeto  era un amante promedio en su Knamet natal, pero un semental complaciente en nuestra esfera terrícola.

Al día siguiente  Cristina parecía haber sido librada de aquella señal hipnótica, pero no así del recuerdo de la batalla amorosa; así que para cuando Mkurtunm le confesó su origen en su torpe castellano, aquel asunto le preocupó muy poco; total, si sus antiguos compañeros de piel canela, blanca, amarilla y morena no habían hecho otra cosa que patearle el corazón,  por qué no pensar que la alternativa era un amante color verde manzana. Se resolvió a quererlo.

Ella día a día le enseñaba la fonética de las palabras, a controlar que de su garganta no salieran acordes complejos ni chasquidos estridentes que asustaran a la gente. Le explicó con paciencia que los insectos, los ratones y especialmente el gato de la casa no se comen, y para ponerlo a prueba le puso de tarea servirle a la mascota todos los días su comida. Él superó sus instintos aprendiendo a querer al felino y ella encontraba toda la ternura de la vida al verlo cubrir los quehaceres domésticos.

Cual cliché hollywoodense se sentaban cada noche en el porche de la casa. Allí mirando el cielo a Mkurtunm le encantaba contarle a Cristina anécdotas sobre su forma de pescar estrellas al norte de Knamut, donde son azuladas y frías, y en invierno se reducen al tamaño de un puño. Mientras, ella se dejaba humedecer el pelo por la sustancia salivosa que cariñosamente desprendía el extraterrestre de sus manos al acariciarla.

No todo era fácil. Mkurtunm solo dormía una de cada tres noches y al hacerlo se convertía en una masa parecida a un flan. Entonces Cristina debía amanecer batiendo el charco de la sábana para que así Mkurtunm se despertara y tomara la extraña forma semihumana que ya conocía. De no hacerlo se quedaría durmiendo hasta veintiséis horas continuas.

Todo iba bien hasta cierto día. Sus padres venían desde muy lejos a visitarla, y ella –con cierto temor- le pareció que había llegado el momento de introducir al hombre de su vida a su familia. Cristina compró kilos de maquillaje para disimular el color de piel y la textura de las escamas de Mkurtunm. Le ocultó las antenas detrás de un elegante sombrero de pana y le advirtió que hablara estrictamente lo necesario. El obediente Knametiano asintió con la cabeza aunque horas más tarde, en mitad de la velada, el vuelo de una mosca sobre una torta de chocolate se hizo muy tentador para el extraterrestre. Sus ojos brillaron con fuerza y ninguna de sus lenguas pudo resistir el impulso de estirarse metro y medio para tragarse vivo al insecto. Sucedió en un microsegundo, pero fue suficiente tiempo para que los comensales saltaran de sus asientos muertos de espanto. A Cristina no le quedó otra que reír a carcajadas, tomar muchísimo vino y apostar a que aquel alucinante momento terminara luciendo brumoso en la memoria de sus ancianos padres.

A la mañana siguiente, Cristina despertó mas tarde de la cuenta. Tenía una resaca insufrible. Se vistió como pudo y salió violentamente a su oficina, olvidando agitar la sábana y dejando a su amante convertido en esa masa babosa que a veces le repugnaba. Su jornada de trabajo fue normal, no hubo pormenores, sin embargo al llegar a casa no la recibió el gato como todos los días, sino un silencio incómodo que dominaba el lugar. Al entrar al cuarto, vio como tropezones de una especie de gelatina verde y roja tapizaban morbosamente las paredes. Gritó varias veces el imposible nombre de Mkurtunm!!.. Mkurtunm!!!, pero ya era muy tarde. Comprendió todo al ver al indigesto gato tendido al lado de la cama.

Cristina cayó desconsolada al suelo y luego de llorar dos días y cuatro noches, decidió raspar de las paredes los restos de su fiel compañero para ponerlos en una caja de zapatos y colgarlos en la ventana a donde pícaramente se asomaba Mkurtunm a verla cada noche; esto, con la infinita esperanza que de alguna galaxia lejana llegue algún pariente con su sofisticada cultura, sus impresionantes avances, sus impensables poderes, a revivir al tierno hombre verde que alguna vez le invitara a pescar estrellas diminutas en las románticas noches de invierno de Knamut.

SIMÓN DÍAZ, NUESTRO GENIO MÁS QUERIDO

Simón Díaz se cantaba a sí mismo y sin darse cuenta el país entero cantaba en él. Nos convenció de que Venezuela es un espacio mimado por Dios, y que la tonada, es nuestra bandera en tono menor. Tío Simón, bendito seas entre todos nuestros genios.

Ahora conocemos la canción con olor a pasto mojado, melaza y bosta de vaca. Ahora entendemos la tierna complicidad que se teje entre un campesino y el ganado que ordeña. Ahora nos conmovemos con el drama del becerro al ser separado de su mamá, y sabemos los secretos que viven llano adentro, en la intimidad de un universo donde patrón y peón comparten un mismo amor: el campo. Ahora lo conocemos pues Simón Díaz nos abrió el cofre que guardaba con celo todos esos tesoros.

Pero antes, cuando Simón se pasaba sus días de adolescente perdido entre las espesas sabanas de su natal Barbacoa, la tonada, ese gigante genero, corría el riesgo de quedarse estancada entre potreros y pastizales, encerrada en el canto de quienes confiesan sus penas a un animal mientras le ganan algo de leche. Desde muy joven sintió el temor de que esa figura musical tan dulce, se enfermara de arcaísmo al no encontrar salida, se hiciese incompatible con nuevas generaciones de campesinos, y luego, como suele suceder con muchas formas de arte en este país, muriera de olvido.

Por eso le radiografió el alma al llano, para encapsular en sus discos las historias de esos personajes tiernos, tristes, anecdóticos, llenos además de un humor tan ingenuo como auténtico. Humanizó en sus letras la insignificante gota que cae de la hoja, el primer rayito de luz que se nos cuela en la hamaca, la yegua que hace de confidente, los dorados maizales, los espantos que deambulan por las fincas. Todo con la asertividad de un cronista, pero con la sensibilidad de un poeta. Simon Díaz le puso formol a la tonada al cantarla, la embalsamó para que incluso nuestros tataranietos estén a salvo del riesgo de no sentirse venezolanos.

Cuando lo teníamos en este mundo, tropezarse con el tío Simón y no pedirle la bendición podía sentenciarse como traición a la patria, porque él era en si mismo un hogar para todo venezolano, una puerta abierta para regresar a la tierra en la que a veces olvidamos que nacimos, y solo nombrarlo nos trae un soplo de identidad, ventilando lo más hondo de nuestro orgullo. Por eso en cada río de este país, en cada obrero del campo, en cada lucero que se aparque en el cielo, en cada corazón arraigado a este suelo, hay algo de nuestro genio más querido, Simón Díaz.

HABLÓ LA MONA LISA…

Luigi: Epa Mona; ¿cómo estamos con el aliento?

Mona Lisa: Si se me ocurre abrir la boca en horario de oficina, aniquilo a 90 japoneses de un solo guamazo.

Luigi: No digo yo, siglos de siglos sin abrir esa boquita.

Mona Lisa: Sí, y que conste que me gustaría hacerlo, pero no nos mintamos, la buena salud del Louvre depende de esta pose.

Luigi: Por cierto, ¿fue idea tuya o de Da Vinci modelar así?

Mona Lisa: La sonrisa a medio andar es mi patente, mi trademark mucho antes de que me convirtiera en carne de las artes, Leonardo simplemente la capturó muy bien.

Luigi: ¿Te salía por default o la accionabas oportunamente?

Mona Lisa: Ningún default, por accidente lo que tengo es una carcajada de bruja con dientes filo e navaja. Para evitarla ensayé mucho este malabar de los labios frente al espejo; técnicamente lo que hago es una mueca, pero no sabes cuanto me costó desarrollarla hasta el punto de que se viera natural. Al pasar el tiempo descubrí que mi escueta sonrisa ponía a los hombres malosos, cosa que me encantó, entonces empecé a activarla indiscriminadamente en cenas, misas y demás actividades sociales que tuviesen a apetecibles machos incluidos.

Luigi: ¿Entonces es posible que el artista haya querido transmitir un poco de cachondez con su obra?

Mona Lisa: Se podría decir que sí, aunque la directriz que me dio fue: muñeca, pon tu sonrisa a mitad de un “sería feliz cortándotelo” y un “si me besas te perdono”. Sin embargo, la gente al verme en el cuadro parece leer mi mente diciendo:  “solo abro esta boca para comer pollas”. Sabía muy bien como hacer las cosas el maestro.

Luigi: Sea como sea, ese gesto en tu rostro te convirtió en una rockstar del arte renacentista.

Mona Lisa: No le quitemos méritos a Leo. Me pimpeó algunas facciones, fue casi cirugía estético facial lo que me hizo, además me dio un inmerecido aire de respetable señorona que me viene bien, siempre fui muy mal portada la verdad. Ya habrás leído toda la paja que los críticos de arte, psicoanalistas y demás ociosos han escrito sobre este bombón. Y eso que no se me ve la cuerpa.

Luigi: Jamás había pensado en eso!! quizás no sea una pregunta prudente pero… ¿que tal el paisaje por allá abajo?

Mona Lisa: Te mueres Luigi!!!!… claro, recuerda que mucho antes de que existiera Yves Saint Laurent, las gorditas éramos las que nos comíamos a los príncipes en toda Europa. Digamos que tengo una sustanciosa retaguardia. Hoy en día el público ha perdido afecto por este tipo de colas, pero en aquel entonces…

Luigi: No te creas, tengo un tío que descalifica a toda mujer que no ostente un trasero mamut size. Suele decir: “no llevo a mi cama a nadie que carezca del material suficiente para mantener a mis manos ocupadas” .

Mona Lisa: Preséntamelo, yo soy su tipo. Son ya 5 siglos sin que me den unas vuelticas en la cama.

Luigi: Veré que hago, pero te advierto que está  mayorcito Mona.

Mona Lisa: Leonardo también lo estaba.

Luigi: Quieres decir que Da Vinci y tu …

Mona Lisa: No he dicho nada, una dama jamás habla de esas cosas.

Luigi: Siento que se te chispoteó entonces.

Mona Lisa: Leito era lo más parecido a Lenny Kravitz en esa época, una estrella en todo su esplendor. No te niego que le tenia ganas al viejito, pero ya sabes, la Viagra estaba a siglos de ser inventada. No se pudo.

Luigi: También he leído que el maestro prefería a los Giocondos sobre las Giocondas.

Mona Lisa: También dicen que soy su autorretrato, su madre, su hija bastarda, un demonio, un marciano, un ángel, un transgénero; he escuchado que hay entendidos muy respetados que aseguran que por la inclinación de mi espalda y la expresión en mi rostro, me retrataron sentada en la letrina poniendo una… eso, tu entiendes. Han hablado demasiadas sandeces.

Luigi: Si, demasiadas conjeturas para explicar un cuadro de 80 por 60 cts.

Mona Lisa: Así es, y bueno, espero ahora si me disculpes, pero se acerca la hora de apertura en el museo. Hoy la entrada es gratis para todos los estudiantes y me toca una rutina de ejercicios de calentamiento antes de hacer el teatro de mi sonrisa. No es fácil congelarla tantas horas.

Luigi: Seguro Mona, pero antes, si no es un abuso, una última pregunta.

Mona Lisa: Dispara maracucho

Luigi: Si en un momento no resistes y decides por fin acabar con el enigma de tu inerte sonrisa, cortar ese sutil encanto ante un concierto de turistas que a casa llena tienen sus ojos clavados sobre ti, si un buen día decides  romper el silencio contra el vidrio de seguridad  con una frase, una sola frase. ¿Cual sería?

Mona Lisa: Gritaría bien duro: ¡es cierto, solo abro esta boca para comer pollas!

CORRESPONDENCIA LUNAR


IMG_1096Luigi:
Epa Luna, ¿como andas?

Luna: Digamos que bien. ¿Que tal tú?

Luigi: Igual, en el oficio, luchando con una melodía que no termino.

Luna: Si apareces para que te eche una mano con eso, esfúmate.

Luigi: ¿me crees tan interesado?

Luna: Mmmm, quizás. Los años me han acomplejado. He sido demasiado manoseada por artistas cursis como tú. Gracias a Dios la música urbana me ha dejado descansar. Me cambiaron por nalgas de acero y senos gordos, pero no me quejo.

Luigi: Yo siempre te tengo presente.

Luna: Si, para mal, me gustaría que me jodieras menos Luigi.

Luigi: creo que estar expuesta todas las noches por varios miles de años te alteró el humor y el ego.

Luna: No me ofende en lo mas mínimo que lo digas, es cierto, al menos me conoces bien.

Luigi: ¿qué te convirtió en la Cruella de Vil del espacio exterior?

Luna: larga historia.

Luigi: tengo tiempo.

Luna: Ok. En el comienzo de los tiempos me sentía como un ornamento fofo flotando en la galaxia. No tenía un carajo que hacer salvo subir el nivel de las mareas una vez al día, después me tocaba sacarme los mocos por las siguientes 23 horas. Se puso sabroso mi trabajo unos milloncitos de años después, cuando aparecieron ustedes, las personas. Entonces me di cuenta que tenía esta capacidad de influir sobre algunas emociones humanas. Alrededor de ese oficio me inventé una agenda.

Luigi: Eso suena increíble, tamaño poder lunita.

Luna: Tamaño ladilla querrás decir. Deja que termine mi historia

Luigi: Perdón, adelante.

Luna: Aquello fue grandioso. De repente yo era Steven Spielberg, Pepeto, el Circo del Sol, el Kino Tachira, Justin Bieber y la Tigresa del Oriente juntos, lo era todo para ustedes.  La gente me contemplaba por horas, me rezaban, me cantaban, me escribían sentidas oraciones. Me fui convirtiendo en cómplice de millones de tortolos, coautora de muchísimas historias sentimentales. Nació la astrología, celebrando mi capacidad de influir, y de su mano, aunque con notables desaciertos, me hice guía de los pasos de millones de personas en el mundo, en fin, fui testigo y parte de capítulos maravillosos del corazón humano. Buenos tiempos mi estimado, buenos tiempos.

Luigi: Perdona que te ataje pero, también te inventaste tareas menos ejemplares. ¿o no tienes nada que ver con esas mujeres temperamentales que desde hace siglos pelean por razones imposibles?

Luna: mea culpa

Luigi: entonces aquello de la menstruación…

Luna: Digamos que esta sobrevalorada, yo aprovecho la coyuntura hormonal para divertirme creando conflictos entre parejas. Es solo un deporte.

Luigi: Ok, continua tu historia.

Luna: Bueno, el caso es que luego vino este partnership con las musas. Descubrimos que juntas podíamos elevar ideas dentro de los corazones sensibles. Fue una sociedad maravillosa, sin duda muchas paredes del Louvre, algunas paginas del Quijote y todos los tracks del Sargent Pepper no hubiesen existido sin nuestro aporte (y el de otras sustancias). Pero al pasar el tiempo vino una sobreexplotación de mi imagen. Poco a poco me fueron convirtiendo en un recurso altamente predecible, trillado. Luego lo inevitable, una invasión de poetas de medio pelo que creyendo que con evocar mi nombre merecían el olimpo de las artes liricas. Siglos después llegó Air Supply. Luego la debacle.  “Luna” solía ser una marca muy respetada.

Luigi: Me gustan los discos de Air Supply.

Luna: Pues a mi no. Abusaron de mi, me hace feliz que decayera su popularidad. Saber que ahora solo giran en países donde nadie tiene idea lo que dicen sus canciones, como China, le da un poco de paz a mi corazón. Además, era el dúo favorito de los Fantasmas del Caribe, dime tu.

Luigi: Creo que eres muy dura.

Luna: soy honesta que no es lo mismo ¿Leíste “De la tierra a la luna” de Julio Verne?

Luigi: Gloriosa!

Luna: Gloriosa cagada querrás decir.

Luigi: ¿Pero como vas a decir eso?

Luna: Por un lado me favoreció, el mundo por primera vez me vio como lo que soy: una roca atravesada en el paisaje galáctico en vez de un articulo decorativo de altas dimensiones. Lo malo fue que la gente empezó a fantasear con la idea de venir pa acá como quien va a las Bahamas, y esa sola idea me caga mucho.

Luigi: ¿No es peor estar sola?

Luna: No, descubrí que no. Nadie había venido a joder hasta que llegaron los gringos con sus carritos y sus palitas a curucutearle la cabeza a uno. Esas cosquillitas me gustaron, pero al final se llevaron tropezones de algo que era mío desde épocas remotas. Además, mi piel es áspera pero sensible Luigi.

Luigi: ¡vanidosa la niña!

Luna: el glamour es lo último que se pierde. Además, otros cuantos viajecitos de esos y los americanos a punta de pico y pala me dejan en modo cuarto menguante, perennemente.

Luigi: Me imagino que sufres por el futuro que se te avecina, me es fácil proyectar a mis tataranietos llevando a sus jevas de vacaciones a resorts construidos en superficie lunar.

Luna: Claaaro!!!!! Nojoda en cada cráter de estos caben 25 Marriott. La franja hotelera de Cancún será una hormiguita al lado de lo que levantarán acá.  A lo que den con la tecnología, adiós privacidad, adiós soledad, adiós vida. Ah, y peor que eso, hola gringos fumando marihuana y tirando basura por todos mis rincones, hola saqueo de piedras lunares, hola legislación truculenta a favor de países explotadores del espacio lunar, hola persecución y plomo por posesión ilegal de algunas vainas que me van a sacar y que van a valer mucho dinero allá abajo. Será cuestión de unos siglos para que quede saqueada, apagada, estéril y hasta irreconocible desde la tierra. Mas nadie se fijará en mi.

Luigi: Ahora que dices eso, acabo de descubrir algo. ¿No es en esencia el anonimato que nunca has tenido lo que buscas? ¿No te haría entonces la humanidad un gran favor?

Luna: mmm…… no lo sé, quizás Luigi… pero una cosa es ser anónima y otra muy distinta quedar anómala, choreta.

Luigi: ok, creo que entiendo. Por otro lado. ¿Que luna se ve desde la Luna? Estando encima de ti ¿quien mueve las tuercas, las poleas y los errajes en el corazón de un verdadero poeta?…  ¿no será ese tu verdadero temor, dejar desamparados a los artistas que te colonicen?… ¿no crees además que los besos al calor de un bombillo son otra historia, menor?

Luigi: Luna?

Luigi: Lunita?

Luna: no lo sé… creo que… creo que tienes algo de razón, a fin de cuentas estoy acostumbrada a ser esta estrella de circo venida a menos. Tengo un buen trabajo, le debo mucho a mi audiencia. Hay gente que se dedica a limpiar cañerías y hay técnicos de sonido de Air Supply sufriendo en China. Estoy siendo ingrata ante Dios.

Luigi: No esta mal Lunita, un poco de introspección viene bien.

Luna: Si Luigi, por cierto, como vas con la canción, necesitas una ayuda amigo?

CORDURA DE NUNCA

IMG_1097Habían limpiado profundamente la blanca habitación. Ya no quedaba nada, ni las huellas de las patas de los centauros bailarines, ni siquiera una pluma de los querubines que revolotearon colgados de las aspas del  ventilador,  ni un eco de las olorosas  palabras que se deslizaron en forma de humo al ras del suelo. A Jorge, en el momento mas efervescente de aquella fiesta, tuvieron que forzarlo entre tres enfermeros para que se tomara su medicamento de realidades en cápsulas. Horas después, el pobre paciente se enfrentaba de nuevo a las cuatro paredes de siempre,  a las soledades de siempre, a la cordura de nunca.